En el centro de un cascarón brillas frágil y bella, eres el cálido susurro de una llama; yo te envuelvo en mis manos con cautela para protegerte del frío y la oscuridad que nos acecha; tú, entre mis palmas acaricias las yemas de mis dedos y danzas, danzas al ritmo de un millón de melodías, danzas imitando el titileo de las estrellas más lejanas; yo te admiro apacible como si fuera un sueño, en esta fría oscuridad mi cuerpo, mis manos y mis ojos se funden en el añil de la noche y tu deslumbras audaz el universo desde el centro de este cascarón, este endeble cristal congelado en el tiempo al que una vez llamé corazón.