A través de la mira telescópica sigo a un tipo bien vestido que es escoltado por algunos SWAT armados
hasta los dientes, unas pocas cenizas de cigarro salpican en mi
rostro por los fuertes vientos del piso 33, pero no parpadeo.
El
sujeto de corbata que camina apurado por los pasillos de un bien
asegurado edificio es el responsable de que los niños vagabundos
desaparezcan por las noches para mejorar la apariencia de las calles,
claramente yo no promulgo con su punto de vista, de niño tuve una
infancia difícil, tu sabes, no comer por días te forma algo de carácter,
intentar dormir a los 6 años en las madrugadas de la gran ciudad es
algo que ningún niño debería pasar, pero pasa y uno tiene que aprender a
vivir con eso... sobrevivir con eso... al final uno se abre camino en
la vida y te vuelves un ciudadano ejemplar, pagas impuestos y tratas de
retribuirle a la sociedad todo lo que no te dio.
El
tipo de traje beige luce apurado porque recibió mi carta, hace unos
días nos acusó de terroristas por atentar contra el progreso de la
comunidad al llenar las calles con carteles y volantes de lo que
realmente estaba haciendo él y su equipo paramilitar cuando todos
dormían; nos amenazó públicamente en televisión y nos pidió
identificarnos "si es que teníamos un poco de valor", es por eso que he decidido darle el placer de conocernos.
La temperatura ronda los 4 grados Celsius,
no siento los dedos, pero no me estremezco ni un poco, el
cigarro está por terminarse y el viento silva en inquietante paz; un
estruendo suena en las calles, una explosión ha sacudido el ambiente,
los oficiales dentro del edificio corren en todas direcciones, se dan
señas unos con otros; y él, con sus zapatos relucientes se paraliza
frente a su escritorio, intenta asomarse lentamente por la ventana pero
una bala le ha atravesado el ojo izquierdo.
Escupo la incandescente colilla de cigarro y comienzo a guardar mi rifle mientras un ensangrentado Rolex mancha una carta sobre un escritorio cuyas últimas palabras son:
"Nosotros eramos los niños solitarios"