El cielo está vacío, lo sé, yo estuve ahí, lo he visto.
La gente vive toda su vida temerosa de Dios, esconden sus instintos porque así lo dictan las leyes de la religión, si uno se deja llevar un poco El Señor te juzga y te castiga, te niega el paso al cielo en tu siguiente vida y cuentan que sufrirás por toda la eternidad entre llamas y azufre, pobres ilusos, si supieran la verdad vivirían sin complejos y descubrirán la felicidad antes de morir y conocer los horrores que el mito que los apóstoles esconde, una eternidad de agonía entre espantosas pesadillas.
Dice el testamento que si uno cumple al pie de la letra los mandamientos del señor, al morir te esperan las puertas del cielo y con su gracia te espera una vasta sensación de felicidad eterna, pero no existen tales puertas, solo un desierto gélido repleto de bestias sin alma; un lugar que sería lo equivalente al limbo de los no bautizados, quienes al perder su alma vagan como criaturas sin conciencia y solo instintos básicos como los seres vivos que fueron, los espíritus de no natos se arrastran con estruendosos llantos y gemidos procedentes sus pulmones maltrechos, se aferran a otras almas como buscando el abrazo de la madre que perdieron en un espectáculo espeluznante; también hay adultos que nunca fueron bautizados, con sus cuerpos putrefactos y deformes de tal y como murieron, sus pieles blancas y esa sangre que parece más bien brea, buscan a ciegas y sin algún otro sentido el calor del alma que perdieron o les fue arrebatada.
Ahí, en la nada, estás forzado a vagar entre estos monstruos un sinfín de tiempo hasta ser juzgado, alguna ley divina decide de vez en vez evaluar la pureza de las almas dejadas en el limbo y eres transportado a una enorme biblioteca de gigantes paredes de terciopelo mohoso y envuelta en kilómetros de pergamino con los nombres de todos aquellos que han perecido. Hay miles de otras almas aquí, consternadas esperando, descubriendo cómo funciona la burocracia de la muerte, algunas han estado tanto tiempo aquí que han olvidado quienes son o que son; otros se arrancan las uñas arañando con desespero las enormes paredes inmutables tratando de escapar, pero solo queda esperar, cada que intentas interactuar con alguien eres transportado a otra extensión de la enorme biblioteca y quizás el proceso vuelve a comenzar, así que todos se ignoran mutuamente, cada uno encerrado con su propia locura, esperando, solos hasta el final; fue aquí donde por accidente o quizás un poco de suerte encontré un rollo de pergamino vacío y decidí guardarlo justo antes de ser llamado.
Una voz distorsionada gritó mi nombre y enseguida estaba yo en medio de un anfiteatro sin público, donde una sombra gigante me acosaba con la mirada, en lugar de ojos tenía más bien 2 luces incandescentes y sostenía celoso uno de esos kilométricos pergaminos, lo apretaba y arrugaba con ira mientras emitía un ruido exasperante que me aturdía y reventaba los tímpanos, después de horas, quizás días al final se detuvo y me señaló con la garra que sería su dedo; me perdí en el resplandor de sus pupilas y mientras agonizaba en fantasías me vislumbre flotando sobre lo que sería el paraíso, un lugar inmenso que se extendía al horizonte, lleno de luz y un paisaje hermoso, pero algo estaba mal, el lugar estaba completamente vacío, y yo me alejaba, me alejaba cada vez más, lo recorría como si no tuviera fin y no vi nunca ni una sola alma en él.
Al final de mi recorrido comencé a caer, cada vez más rápido, deje de percibir correctamente el ambiente que me rodeaba, este solo volaba y zumbaba a mi alrededor y cuando por fin se detuvo me encontré rodeado de millones de otras almas apiladas en cerros que se extendían hasta donde alcanzaba la vista; miles, no, millones de almas retorciéndose, lamentándose, y ahí estaba yo, en la cima recién caído, en ese paisaje casi oscurecido por la lluvia de almas que diluvian sin fin unas sobre otras, donde al parecer el simple hecho de haber nacido te concede el derecho del pecado original y remueve de tu alma el perdón de Dios, es por eso el paraíso está siempre vacío no importa cuanto vayas a misa, no importa cuantas veces te confieses o reces a la orilla de tu cama, no importa cuantas monedas de plata dejaste en el diezmo, aquí sacerdotes y evangelistas llovían por igual; entonces mientras me daba cuenta de eso y trataba de evitar quedar enterrado entre otras almas, con mis últimas gotas de cordura he rasgado este pergamino para contarles lo que he visto, solo espero que de alguna forma esto llegue a los ojos de un vivo.